martes, 31 de marzo de 2009

‘En este país nadie piensa, son todos peronistas'



Profunda reflexión de Mariano Closs, durante la transmisión de River y Arsenal. El relator que fue condenado por la justicia por burlarse de un nombre que usaba peluca en una platea, acusa desde el púlpito con su voz impostada. No merece demasiadas líneas.
El hombre del eterno bronceado, se debe sentir más inteligente que Rodolfo Walsh y Arturo Jauretche.

miércoles, 18 de marzo de 2009

Las dos pasiones en la Casa Rosada




Una de las grandes pasiones de los argentinos, es sin duda el fútbol. En la Casa Rosada, esa pasión se mezcla con la principal, que es la política. Imágenes y retazos, de los colores que llevan debajo de la camiseta celeste y blanca, los principales funcionarios nacionales.

Como es de esperar, Boca y River, se reparten la mayoría de las adhesiones de los funcionarios. El “bostero” más futbolero, según cuentan en la calle Balcarce, es Carlos Zaninni. Otro que le da importancia a la redonda, es Aníbal Fernández. Dentro de los grandes, Racing Club está bien posicionado con Néstor Kirchner. El principal representante de San Lorenzo, es Daniel Filmus.
Pero los equipos chicos también tienen su representación. Es sabido el club del jefe de gabinete Sergio Massa, Tigre, a quien va a alentar cada vez que su función se lo permite. El mundo del ascenso está presente, a través del Secretario de Agricultura, Carlos Cheppi, quien es fanático de Aldosivi de Mar del Plata, y suele ir a la cancha.

Entre los clubes que no son denominados grandes, el que se lleva la mejor ubicación es el Club de Gimnasia y Esgrima La Plata. La presidenta Cristina Kirchner, es hincha del club platense, pasión que heredó de su madre Ofelia. La madre de la presidenta, se pasea por la ciudad de las diagonales, siempre vistiendo de colores azul y blanco, e invariablemente alienta al equipo cuando juega de local.

Durante su última visita oficial a la ciudad de La Plata, Cristina Kirchner recibió de regalo, decenas de camisetas de Gimnasia, e hizo desviar la comitiva oficial, para ver el estadio J.C Zerillo. El otro “tripero” en la calle Balcarce, es el Ministro de Economía, Carlos Fernández, apodado “El Lobo”. Sus hijos, son también fanáticos como él, y van con el equipo de Madelón a todas las canchas.

Como en cualquier hogar de Argentina, en la vida cotidiana de la Casa Rosada, entre tantas reuniones y gestiones, el fútbol también está presente. Los funcionarios, que visten la camiseta celeste y blanca, del equipo nacional y popular, no ocultan nunca, sus colores del alma.






domingo, 1 de marzo de 2009

Huracán del 73, un equipo peronista









Retazos de un equipo dirigido por César Luis Menotti, que firmó una solicitada en apoyo al peronismo, recibió la medalla “Reconstrucción Nacional” por parte de Perón y su hinchada era la Juventud Peronista.

Roberto Di Giano, en un artículo periodístico, indagó acerca de un equipo emblemático que revalorizando los bienes futbolísticos tradicionales, se engancharía en muchos aspectos con el proceso de cambio que se estaba pergeñando en muchos frentes de la sociedad argentina.Eran tiempos en que la construcción de discursos que llevaban el sello de "lo nacional y popular" teñía gran parte de las actividades culturales de nuestro país, en momentos en que tenían una fuerte presencia los sectores populares.

El equipo de la liberación

La necesidad de comprometerse con el tiempo político, un signo fuerte de la época, se añadía inexorablemente a los roles específicos que desarrollaban los jugadores dentro de la esfera deportiva, y queda testimoniada, entre otras cosas, en la solicitada de apoyo al peronismo que firmaron varios integrantes del plantel de Huracán. Allí se pronunciaban tanto por una práctica deportiva que tuviera más en cuenta las demandas de los sectores populares como por brindar su apoyo a aquella consigna de fuerte vigencia en esos tiempos y que denunciaba la existencia de países imperialistas y países dominados: "liberación o dependencia".

El director técnico Menotti, que se distinguía por poseer un capital cultural y contestatario superior al de sus colegas, por estos tiempos mostraba un gran sentido libertario, y apuntaba a lograr que primara en el equipo por él dirigido la espontaneidad en detrimento de la organización, la creatividad en perjuicio de la enajenación: "No me convence mucho eso de 'imponer disciplinas' en el plantel. Me suena a régimen militar y el fútbol es otra cosa. (...) En todo caso, lo que me preocupa, es contar con gente que sea honesta y no mansa por temor a los castigos".

Por amor a la camiseta

La actitud de Miguel Angel Brindisi, uno de los jugadores más creativos de ese plantel, que prefirió reiteradamente seguir jugando al fútbol en el país a ser trasladado al exterior, desechando así importantes beneficios económicos, llevó a que el presidente de la Nación, Juan Perón, le entregara la medalla de la "Reconstrucción Nacional".

En las tribunas, Felipe Pigna y la Juventud Peronista

El equipo de Menotti tenía su correlato en las tribunas, y al igual que muchas hinchadas argentinas como la de Racing, Chicago o Gimnasia y Esgrima La Plata, la hinchada de Huracán contaba en sus filas con gran cantidad de integrantes de la Juventud Peronista. Así lo recuerda el historiador Felipe Pigna, quien en una entrevista a Olé, recuerda que a pesar de ser del Rojo, iba a ver a Huracán. “Con la militancia, fui a la cancha pero a ver a Huracán, el del 73. Es que en ese momento era como el equipo de la JP (Juventud Peronista) y los cantitos eran básicamente políticos.”

Modelo deportivo y proceso social

No cabe duda que las modificaciones que se produjeron en estos tiempos tanto en la práctica futbolística como en los modos de percepción y evaluación del público no eran ajenas a los cambios culturales que se estaban dando en el contexto social más amplio. Por eso la construcción de ese modelo deportivo de signo creativo, que pretendía alejarse de todo mecanicismo enajenante, y que mostraba así los rasgos más singulares de nuestra cultura (que son los elementos dinamizadores por excelencia de cualquier sociedad), encontraba fuertes grados de correspondencia con el paradigma de la época, aquella ideología que ponía el énfasis en la afirmación de un proyecto de fuerte sentido nacional y que era asumido por un movimiento peronista que había despertado las esperanzas y la generosidad de múltiples sectores sociales.

martes, 10 de febrero de 2009

El recuerdo de Gatica, un boxeador peronista


Mono, las pelotas

De a miles, lo amaron sin reservas. De a miles, también, lo odiaron sin límites. Nunca fue campeón de nada. Pero logró el título más importante: el de ídolo. Supo meterse en el corazón de su pueblo. Y produjo un fenómeno reservado sólo a algunos de los grandes: trascender su propia muerte. Consumió su existencia de un solo trago. Apresuradamente saltó del barro al esplendor. Apresuradamente retornó al barro donde terminaron sus días. Tenía apenas 37 años José María Gatica cuando la vida le soltó la mano.

¿Quién puede olvidarse de sus duelos con Alfredo Prada? ¡Qué noches aquéllas! El país partido en dos, una semana antes y una semana después. Y siempre las populares vivándolo a Gatica. Y siempre el ring side hinchando por Prada, exigiéndole que acabe con ese venido a más que les violentaba sus buenas conciencias. Y siempre los dos pegándose con furia. Cuando Prada levantó los brazos, hubo fiesta en los barrios ricos de la ciudad. Cuando Gatica cantó victoria, el pobrerío entonó su canción de revancha.

Gatica fue un recorte de su tiempo. Un emergente de la Argentina peronista, de sus amores y de sus odios desmesurados. Apareció como un estruendo, casi en el mismo momento en que los “cabecitas negras” ponían sus patas por primera vez en las fuentes de la Plaza de Mayo. Y su carrera se fue apagando en simultáneo con la infame música de fondo de los cañones de la Libertadora.
Debutó como profesional el 7 de diciembre de 1945. Y su carrera fue una fiesta al mismo tiempo que los trabajadores llegaban a compartir el 50 por ciento de la renta nacional, el tango era la banda de sonido de la época y el fútbol, la auténtica pasión de multitudes.

Gatica trepaba a los rings con su famosa bata con la inscripción “Perón-Evita” en la espalda, se compraba la ropa más cara y extravagante de Buenos Aires, pagaba casamientos en las villas, repartía su dinero entre los lustrabotas de Constitución y las prostitutas de los cabarets del Bajo, se reía de los cajetillas y de los oligarcas, y el futuro no parecía tener límites.

El 5 de enero de 1951, Ike Williams, el campeón mundial de los livianos, lo noqueó en dos minutos en el Madison de Nueva York. Ese día, su vida y su carrera cambiaron para siempre. Cuando el 16 de septiembre de 1953 Prada lo noqueó en el 6º round, de aquel boxeador avasallante y demoledor, de aquellos ojos verdes que se clavaban en los de su rival para anticiparle la derrota, ya no quedaba nada sino un físico estragado por los excesos y los desarreglos.

El 6 de julio de 1956 hizo su última pelea en el Lomas Park derrotando por abandono en 4 rounds a Jesús Andreoli. En el mismo momento, la Policía entraba al estadio para llevárselos detenidos a él, que hacía rato que se atrevía a pelear sin licencia, y a los promotores que habían organizado el combate a pesar de que Gatica estaba prohibido por los gorilas.

Después de una inundación, el periodismo lo descubrió, sucio y mugriento, tomando mate en una tapera de Villa Dominico. Ese día, los que lo odiaron, los que lo despreciaron, respiraron aliviados. Había vuelto a su origen, al lugar de donde suponían, deseaban, nunca debió haber salido.
En sus últimos años, salvo sus enemigos, nadie se acordaba de Gatica. Pero a la hora de la muerte no lo dejaron solo.

Su velorio en el estadio de la FAB y su sepelio en el cementerio de Avellaneda fueron una impresionante manifestación de dolor popular. Miles de hombres y mujeres llevaron el féretro a pulso, coreando la Marcha Peronista por las calles de Buenos Aires, por primera vez desde la caída de Perón. En ese último instante, resumen de la siembra de toda una vida, José María Gatica logró su triunfo final: entrar en el altar de la memoria popular argentina. Esta allí desde hace 40 años. Con los brazos en alto. Ganándole la pelea al odio y al olvido.

Daniel Guiñazú. Página 12

Montaño, el fútbol y Perón



Corría diciembre del ‘55. Perón solicitaba asilo en Panamá. El 16 de setiembre una revolución había destituido al dos veces presidente de la Nación por el voto popular (elecciones del ‘46 y el ‘51). Ese año una de las figuras de Huracán había sido su centrodelantero y goleador, Elio Rubén Montaño. Un 9 de área: habilidoso, escurridizo, rápido y astuto. Flaco, no muy alto aunque encarador, consagrado en Newell’s a fines de 1949, lo había adquirido Boca (junto a Musimessi, Colman y Lombardo) en los albores de 1950.

Pero además de su facilidad para enfrentar a los arqueros, el Loco Montaño -así se lo conocía por algunas excentricidades –era peronista. Esta es la clave de esta historia.
Cuando Lonardi pronunció la célebre expresión “Ni vencedores ni vencidos”, el pueblo peronista padecía el comienzo del largo exilio de su líder.

En plena gira por Centroamérica, el personaje de Huracán de Parque Patricios -goleador y preseleccionado para los panamericanos de México- solicitaba permiso para ir a visitar “al General”. “Me enteré por los diarios -tenía apenas 25 años – de
que acababa de radicarse en Panamá”. Habían jugado dos partidos y luego de otra presentación regresaban a Buenos Aires. Pero Elio Montaño fue invitado por Juan Domingo Perón a pasar la Navidad en el exilio.

Buenos Aires era una fiesta
Los años ‘50 suelen ser recordados con pasión y alegría. Los abuelos de hoy evocan, ante sus nietos, esa época dorada con una síntesis que lo dice todo: “Cuando Buenos
Aires era una fiesta”. La cultura popular se expresaba a través del tango y el fútbol. Había trabajo, se vivía un tiempo de crecimiento sostenido. El advenimiento del peronismo -los cambios sociales no fueron aceptados por los sectores poderosos que no perdonaron- produjo una verdadera revolución en lo político, económico y, especialmente, en lo social.
“Tenía unos 100 dólares de viáticos para toda la gira. Me los gasté en taxi porque Perón estaba en las afueras. Era como si tuviera que viajar hasta Tigre”, evoca Montaño ahora. “Encima, cuando llegué estaba la guardia federal. Una custodia tipo
presidencial. Recién a las tres horas alguien avisó que había un futbolista argentino que quería verlo”. Y añade: “Era el 23 de diciembre”. El ex futbolista cree que esa mañana estaban, entre otros, el periodista Américo Barrios y el locutor Roberto
Galán, ambos hoy fallecidos.

En un país con algo más de 10 millones de habitantes, la ciudad de Buenos Aires congregaba casi al 40 por ciento de la población. Las canchas se llenaban todos los domingos y el promedio de asistencia orillaba a las 15 mil personas por partido -hoy
no superan las 4 mil con tres veces más de cantidad de habitantes- siendo el fútbol una fiesta popular sin paralelo. Existen fotos y antiguos videos registrando el traslado de miles de hinchas. A Perón le gustaba el fútbol -como casi todos los deportes- y sabía quién era Montaño.

“Cuando el general me vio, enseguida me reconoció: ¡Qué sorpresa, Montaño! Me preguntó cómo estaban las cosas por la Argentina, cómo se vivía la nueva situación política y social. Quería saber de la selección nacional, de los Panamericanos de México (se decía que Benito “Poncho Negro” Cejas aquél crack de Lanús que después
fracturó Pipo Rossi, el caudillo de River, en un desgraciado partido, pintaba para 9 titular y Montaño, suplente) como él había leído por ahí. Sabía todo y llevaba tres meses de destierro” dice.

Las imágenes de la muchedumbre llegando a los estadios en camiones, tranvías, colectivos y trenes de mediana distancia, aún hoy producen emociones por la intensidad del efecto social de ese entonces. La familia se reunía los domingos al
mediodía y el rito sagrado, casi religioso, situaba a los hombres yendo en procesión a la cancha para gozar, sufrir, vibrar, padecer y vivir emocionalmente al límite. El peronismo también era todo eso. Como el fútbol.

“Brindamos en Panamá en la intimidad de un festejo lejano y lleno de nostalgia. Perón se mostraba agradecido. Al cabo de la Navidad, Huracán ya había regresado y yo había quedado varado en Panamá. El propio General hizo que me consiguieran un pasaje de regreso y me deseó mucha suerte. Fue inolvidable para mí. El problema era que los servicios de Inteligencia tenían información de mi estada allá y en Ezeiza me llevaron detenido a la Casa de Gobierno”, relató.

En Boca, Montaño había sido titular tres años pero sin entrarle a la difícil hinchada. En el ‘54 la hoy conocida como “número doce” se quedó con José Pepino Borello, un 9 goleador que era la antítesis de nuestro personaje: duro, sin mayor habilidad en el juego corto, pero muy certero a la hora de definir. En su fuerte remate consistía el secreto de sus goles. Boca fue campeón después de una década y Borello goleador. Síntesis: Montaño quedó casi en el olvido.

“Me tuvieron entre 10 y 12 horas demorado en la propia Casa de Gobierno. Un militar de la SIDE me interrogó hacia última hora de la tarde. Luego de explicar cien veces mi
condición exclusiva de jugador de fútbol y de amigo del General –mi familia se había visto favorecida por la fundación Eva Perón con ayuda social-, el funcionario me pidió casi a los gritos que me pusiera de pie al tiempo que me preguntaba: ¿Qué le
dio Perón en Panamá? Tras lo cual yo, abriendo los brazos, me acerqué
e hice el ademán de abrazarlo. Lo que casi equivalió a una condena. Solamente había recibido un simple abrazo. Luego supe que los militares que lo habían derrocado pensaban que yo traía cierta información reservada desde Panamá”, sonríe casi 46 años después.

Lo que siguió a ese tiempo fue el tristemente célebre decreto Ley 4161 del gobierno revolucionario por el cual no se podía “exhibir símbolos peronistas ni entonar cánticos y mucho menos mencionar los nombres de Perón y Eva Duarte”, según se recuerda. El episodio fue casi coincidente con la muerte de Lonardi, que era menos repulsivo -aparecía como blando- al aluvión zoológico peronista.

En ese período las hinchadas se dividieron en sectores clasistas respecto de Montaño; la de Huracán, la popular, si el goleador había tenido una buena tarde lo despedía con
el clásico “¡Perón, Perón... !”. La platea, si el delantero había andado mal y desperdiciado algunas ocasiones, lo abucheaba al grito de “Muerto, andá a chuparle las medias a Perón, muerto...”. Elio Rubén Montaño jugó hasta los 35 años. Siempre de punta y llegando al gol. Después de Huracán pasó a Peñarol de Montevideo y cumplió uno de sus ciclos más brillantes. El Loco Montaño aún es muy recordado
por los mayores que añoran el fútbol del los ‘50 y ‘60. Había ido para reemplazar al ídolo José Pepe Schiaffino, transferido al Milán de Italia, y en poco tiempo alcanzó una
estatura similar.

En Uruguay convirtió más de 50 goles oficiales y fue campeón con Peñarol. Sin embargo, lo que más recuerda ahora es uno de los titulares de los diarios uruguayos cuando se supo de la transferencia: “Peñarol trae a un delantero peronista...”, no importaba si era bueno o no. Si podría reemplazar a Schiaffino o ser
goleador. El problema estaba en su condición política.

A los 71 años vive de un magro subsidio que otorgó la AFA, a través de la Mutual de ex futbolistas -unos 250 pesos mensuales- a aquellos ex jugadores que vistieron la camiseta de la selección nacional; reside en una pensión de Parque Patricios -cerca
de Caseros y Rioja- y aquilata recuerdos en una pizzería de la esquina con corazón quemero.

José Luis Ponsico. Revista Peronistas.