martes, 10 de febrero de 2009

Montaño, el fútbol y Perón



Corría diciembre del ‘55. Perón solicitaba asilo en Panamá. El 16 de setiembre una revolución había destituido al dos veces presidente de la Nación por el voto popular (elecciones del ‘46 y el ‘51). Ese año una de las figuras de Huracán había sido su centrodelantero y goleador, Elio Rubén Montaño. Un 9 de área: habilidoso, escurridizo, rápido y astuto. Flaco, no muy alto aunque encarador, consagrado en Newell’s a fines de 1949, lo había adquirido Boca (junto a Musimessi, Colman y Lombardo) en los albores de 1950.

Pero además de su facilidad para enfrentar a los arqueros, el Loco Montaño -así se lo conocía por algunas excentricidades –era peronista. Esta es la clave de esta historia.
Cuando Lonardi pronunció la célebre expresión “Ni vencedores ni vencidos”, el pueblo peronista padecía el comienzo del largo exilio de su líder.

En plena gira por Centroamérica, el personaje de Huracán de Parque Patricios -goleador y preseleccionado para los panamericanos de México- solicitaba permiso para ir a visitar “al General”. “Me enteré por los diarios -tenía apenas 25 años – de
que acababa de radicarse en Panamá”. Habían jugado dos partidos y luego de otra presentación regresaban a Buenos Aires. Pero Elio Montaño fue invitado por Juan Domingo Perón a pasar la Navidad en el exilio.

Buenos Aires era una fiesta
Los años ‘50 suelen ser recordados con pasión y alegría. Los abuelos de hoy evocan, ante sus nietos, esa época dorada con una síntesis que lo dice todo: “Cuando Buenos
Aires era una fiesta”. La cultura popular se expresaba a través del tango y el fútbol. Había trabajo, se vivía un tiempo de crecimiento sostenido. El advenimiento del peronismo -los cambios sociales no fueron aceptados por los sectores poderosos que no perdonaron- produjo una verdadera revolución en lo político, económico y, especialmente, en lo social.
“Tenía unos 100 dólares de viáticos para toda la gira. Me los gasté en taxi porque Perón estaba en las afueras. Era como si tuviera que viajar hasta Tigre”, evoca Montaño ahora. “Encima, cuando llegué estaba la guardia federal. Una custodia tipo
presidencial. Recién a las tres horas alguien avisó que había un futbolista argentino que quería verlo”. Y añade: “Era el 23 de diciembre”. El ex futbolista cree que esa mañana estaban, entre otros, el periodista Américo Barrios y el locutor Roberto
Galán, ambos hoy fallecidos.

En un país con algo más de 10 millones de habitantes, la ciudad de Buenos Aires congregaba casi al 40 por ciento de la población. Las canchas se llenaban todos los domingos y el promedio de asistencia orillaba a las 15 mil personas por partido -hoy
no superan las 4 mil con tres veces más de cantidad de habitantes- siendo el fútbol una fiesta popular sin paralelo. Existen fotos y antiguos videos registrando el traslado de miles de hinchas. A Perón le gustaba el fútbol -como casi todos los deportes- y sabía quién era Montaño.

“Cuando el general me vio, enseguida me reconoció: ¡Qué sorpresa, Montaño! Me preguntó cómo estaban las cosas por la Argentina, cómo se vivía la nueva situación política y social. Quería saber de la selección nacional, de los Panamericanos de México (se decía que Benito “Poncho Negro” Cejas aquél crack de Lanús que después
fracturó Pipo Rossi, el caudillo de River, en un desgraciado partido, pintaba para 9 titular y Montaño, suplente) como él había leído por ahí. Sabía todo y llevaba tres meses de destierro” dice.

Las imágenes de la muchedumbre llegando a los estadios en camiones, tranvías, colectivos y trenes de mediana distancia, aún hoy producen emociones por la intensidad del efecto social de ese entonces. La familia se reunía los domingos al
mediodía y el rito sagrado, casi religioso, situaba a los hombres yendo en procesión a la cancha para gozar, sufrir, vibrar, padecer y vivir emocionalmente al límite. El peronismo también era todo eso. Como el fútbol.

“Brindamos en Panamá en la intimidad de un festejo lejano y lleno de nostalgia. Perón se mostraba agradecido. Al cabo de la Navidad, Huracán ya había regresado y yo había quedado varado en Panamá. El propio General hizo que me consiguieran un pasaje de regreso y me deseó mucha suerte. Fue inolvidable para mí. El problema era que los servicios de Inteligencia tenían información de mi estada allá y en Ezeiza me llevaron detenido a la Casa de Gobierno”, relató.

En Boca, Montaño había sido titular tres años pero sin entrarle a la difícil hinchada. En el ‘54 la hoy conocida como “número doce” se quedó con José Pepino Borello, un 9 goleador que era la antítesis de nuestro personaje: duro, sin mayor habilidad en el juego corto, pero muy certero a la hora de definir. En su fuerte remate consistía el secreto de sus goles. Boca fue campeón después de una década y Borello goleador. Síntesis: Montaño quedó casi en el olvido.

“Me tuvieron entre 10 y 12 horas demorado en la propia Casa de Gobierno. Un militar de la SIDE me interrogó hacia última hora de la tarde. Luego de explicar cien veces mi
condición exclusiva de jugador de fútbol y de amigo del General –mi familia se había visto favorecida por la fundación Eva Perón con ayuda social-, el funcionario me pidió casi a los gritos que me pusiera de pie al tiempo que me preguntaba: ¿Qué le
dio Perón en Panamá? Tras lo cual yo, abriendo los brazos, me acerqué
e hice el ademán de abrazarlo. Lo que casi equivalió a una condena. Solamente había recibido un simple abrazo. Luego supe que los militares que lo habían derrocado pensaban que yo traía cierta información reservada desde Panamá”, sonríe casi 46 años después.

Lo que siguió a ese tiempo fue el tristemente célebre decreto Ley 4161 del gobierno revolucionario por el cual no se podía “exhibir símbolos peronistas ni entonar cánticos y mucho menos mencionar los nombres de Perón y Eva Duarte”, según se recuerda. El episodio fue casi coincidente con la muerte de Lonardi, que era menos repulsivo -aparecía como blando- al aluvión zoológico peronista.

En ese período las hinchadas se dividieron en sectores clasistas respecto de Montaño; la de Huracán, la popular, si el goleador había tenido una buena tarde lo despedía con
el clásico “¡Perón, Perón... !”. La platea, si el delantero había andado mal y desperdiciado algunas ocasiones, lo abucheaba al grito de “Muerto, andá a chuparle las medias a Perón, muerto...”. Elio Rubén Montaño jugó hasta los 35 años. Siempre de punta y llegando al gol. Después de Huracán pasó a Peñarol de Montevideo y cumplió uno de sus ciclos más brillantes. El Loco Montaño aún es muy recordado
por los mayores que añoran el fútbol del los ‘50 y ‘60. Había ido para reemplazar al ídolo José Pepe Schiaffino, transferido al Milán de Italia, y en poco tiempo alcanzó una
estatura similar.

En Uruguay convirtió más de 50 goles oficiales y fue campeón con Peñarol. Sin embargo, lo que más recuerda ahora es uno de los titulares de los diarios uruguayos cuando se supo de la transferencia: “Peñarol trae a un delantero peronista...”, no importaba si era bueno o no. Si podría reemplazar a Schiaffino o ser
goleador. El problema estaba en su condición política.

A los 71 años vive de un magro subsidio que otorgó la AFA, a través de la Mutual de ex futbolistas -unos 250 pesos mensuales- a aquellos ex jugadores que vistieron la camiseta de la selección nacional; reside en una pensión de Parque Patricios -cerca
de Caseros y Rioja- y aquilata recuerdos en una pizzería de la esquina con corazón quemero.

José Luis Ponsico. Revista Peronistas.

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